La visión de Kurosawa de un Western Japonés inspirado en la total decadencia a la que llevó la Segunda Guerra Mundial a la sociedad japonesa, donde sus orgullosos soldados se vuelven prácticamente mercenarios sin honor motivados por el dinero para emprender cualquier noble tarea, mientras los valores de un pueblo orgulloso de su pasado se debate en la indigencia para combatir las últimas migajas de ese mundo de pesadilla.
El pueblo vive atemorizado para finalmente ser defendido por sus últimos héroes que llevan la esperanza ofreciéndoles una nueva oportunidad para su futuro, solo para descubrir que son ellos los grandes perdedores de un mundo al cual no pertenecen y les relega por obligación cuando han cumplido su tarea reflejo final del carácter estoico tras el heroísmo del samurái.
Toshirô Mifune, actor fetiche del cineasta interpretando al Samurái por convicción surgido del campesinado es el medio mediante el cual Kurosawa compagina la realidad de los desposeidos y los Samuráis, que pese a su brutalidad visceral y falta refinación se vuelve el alma de un grupo de soldados profesionales.
No es una forma fácil de abordar por sus implicaciones históricas y las ideas manejadas por el Kurosawa de post-guerra, desde la perspectiva del periodo de los sumarais, la decadencia de Japón y la crítica al antiguo régimen que les llevó a la ruina, a la vez el apego a la tradición de su familia y valores, sin caer en visiones ideológicas de derecha o izquierda.
Gran parte del enorme contraste del cine de Kurosawa durante la ocupación norteamericana, es que de pronto se encontró con la libertad y sin las restricciones impuestas por el antiguo régimen, que dará como resultado en 1959 a Rashōmon, una cinta de corte judicial filmada de forma fragmentada que se conjugaran para explicar el planteamiento global, un elemento tan novedoso que influirá al cine del siglo XX y XXI, que cineastas como Quentin Tarantino lo han vuelto su firma característica en películas como Pulp Fiction (1994), también en la película de Doug Liman "Go" (1999) en el que se inspiró el episodio llamado Trilogía del error de decimoctavo episodio de la duodécima temporada de la serie animada Los Simpson.
Los siete sumarais están divididos en capítulos con una potente fotografía y ambiente, de una musicalización que raya la perfección de un relato que la ha vuelto no una cinta clásica, ni cine de culto, sino una obra maestra del séptimo arte atemporal e imprescindible, cuyas tres horas se hacen cortas para una cinta redonda en todo aspecto, visual, musical, interpretativo, fotográfico, etcétera y quizás la obra que represente mejor el pensamiento de un Kurosawa en plenitud.
Trama
El relato es la épica de un grupo de Samuráis sin amo en el Japón en el siglo XV, que viven en la marginalidad, para ser contratados por un par de campesinos, cuya aldea enclavada en las montañas está sometida a los embates de malhechores que amenazaron con quitarles toda su cosecha.
Kanbe (Kanbê Shimada) un general de grandes ejércitos venido a menos acepta, debido a su prestigio termina reclutando a su vez a cinco samuráis y atrayendo al enigmático Kikuchiyo (Toshirô Mifune), para descubrir que son tan temidos o quizás más que los mismo malhechores de los que intentan defender a la aldea.
Kikuchiyo, que es el más emotivo y melodramático, se ofende por la cobardía de los pobladores, pero finalmente se vuelve la conexión entre el samurái y el pueblo que defiende.
Crítica
Es una cinta magnífica, desde donde se quiera ver, Kurosawa no olvida a ningún matiz de los héroes, desde crepusculares, jóvenes, legendarios y casuales, hechos por el destino como Kikuchiyo, quien en realidad es un campesino y quien finalmente hace evidente el contraste este el heroísmo noble hacia el déspota y la realidad del pueblo, oprimida y robada por malhechores y samuráis.
Toshirô Mifune, actor fetiche de Kurosawa y el Pedro infante japonés, por así decirlo, es al alma y el personaje más importante de una cinta extraordinariamente estructurada en sus objetivos que es una lección del séptimo arte, el epílogo de la cinta es descarnada, pues los samuráis; peleen en el bando que peleen son los grandes perdedores, finalmente no cosecharán para ellos sus propios éxitos, un buen momento para reflexionar sobre el servilismo y el adoctrinamiento tras la idea de héroe, ser egoístas y luchar por nuestras propias metas en la vida.
La música, como es usualmente en el cine de Kurosawa, es compuesta por un estilo simplificado basado en trompetas, clarinetes y tambores, para evitar distraer al espectador de la imagen visual y la continuidad de la escena, no por ello menos extraordinaria. Fumio Hayasaka está cargo de este estilo épico, quien tambien compone la partitura para Rashomon (1950). Los temas en inglés conocidos como To the Little Watermill y Rikichi's Tears ~ White Rice son impresionantes.
Finalmente, Kurosawa hace sus innovadoras tomas intensivas y múltiples usando el teleobjetivo para evitar efectos de curvatura de los objetivos de gran angular, algo que al "Emperador" de los directores japoneses odiaba.
Imprescindible.
Calificación: 9.5/10 |
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