martes, 12 de septiembre de 2006

Dialéctica de la soledad, según Octavio Paz y otros pesimistas

El pesimismo es una tendencia filosófica que sostiene, en sentido general, que vivimos una existencia desprovista de sentido. Algunos consideran a ésta una posición típicamente moderna, aun cuando encontramos antecedentes en todas las épocas. Se usa, en este caso, el término "pesimismo" en oposición y reacción contra el optimismo metafísico de Leibniz. En la misma línea que Spinoza y Descartes, Leibniz considera a éste como el mejor de los mundos posibles cuando postula una "armonía" entre el mundo físico y el mundo moral, teniendo como garante a Dios. En uno de sus escritos de madurez, Principios de la naturaleza y de la Gracia fundados en razón, afirma Leibniz:

De la perfección suprema de Dios se sigue que al producir el universo haya elegido el mejor plan posible en el que existe la mayor variedad con el mayor orden; donde el terreno, el lugar, el tiempo, están mejor dispuestos, el efecto mayor está producido por las vías más simples y existe en las criaturas el máximo de poder, de conocimiento, de felicidad y de bondad que puede admitir el universo.

Dos siglos después, Arthur Schopenhauer afirma "la vida es una alternativa entre la frustración y el tedio." Por ésta y otras frases ha sido etiquetado como el más sistemático de los pesimistas. A diferencia de los optimistas racionalistas de los siglos anteriores, que entronizan los poderes de la razón y el pensamiento como el fundamento de la esencia humana, sostiene que la voluntad es el fondo primordial, último e irreductible del ser pero la voluntad es siempre voluntad de vivir. ¿Por qué la voluntad quiere la vida? No hay respuesta a esta pregunta. La voluntad de vivir es un impulso ciego, irracional, inmotivado, no depende de ningún juicio de valor, por el contrario, todo juicio de valor depende del grado de fortaleza de la voluntad de vivir. La voluntad, siempre insatisfecha, es inquietud, es ansia, es nostalgia de lo que no tiene, es padecimiento. Toda la vida humana oscila entre el dolor y el aburrimiento. Nada que la voluntad consiga logra una satisfacción duradera. Así como la limosna difiere, sólo por un rato, la miseria del mendigo, cualquier logro de la voluntad no logra mitigar el largo tormento de la apetencia. ¿Qué es el mundo?: una anticipación del infierno, el peor de los mundos posibles, dirá Schopenhauer desafiando a Leibniz.

Thomas Mann hace gala de sus dotes de escritor cuando describe el pesimismo schopenhaueriano: "la voluntad, siempre en conflicto consigo misma, desconociéndose, busca en cada una de sus manifestaciones fenoménicas el bienestar, el "lugar al sol", a costa de otras manifestaciones fenoménicas, más aún, a costa de todas las demás, y de esta forma clava constantemente los dientes en su propia carne, semejante a aquel habitante del Tártaro que con avidez devoraba su propia carne." La razón, el intelecto, el conocimiento son instrumentos serviles a la voluntad. El título de su obra El mundo como voluntad y representación expresa, en Schopenhauer, esta tensión, esta bipolaridad violenta entre instinto y racionalidad, entre pulsiones de la voluntad y espíritu, entre sexo (foco de la voluntad) y cerebro (representante del conocimiento). La voluntad es irracional pero se manifiesta en la voluntad de vivir y en el amor a la vida. De allí que el instinto sexual sea "el deseo de los deseos", el más vehemente de los deseos. El "desencanto" nietzscheano, junto con el extremo pesimismo schopenhaueriano, llevan en línea recta a Freud, sostiene Thomas Mann. El antisocratismo de Nietzsche abreva en la fuente de la concepción pesimista schopenhaueriana a la que agrega "el nihilismo" emergente del lema "Dios ha muerto" y la concepción trágica (dionisíaca) de la vida.

La teoría sobre el amor de Schopenhauer, merecedora de otro artículo, es un clásico en el tema de donde podemos derivar, vía Freud, la de Erich Fromm. Este filósofo y psicólogo en El arte de amar, arriesga la tesis, de largo alcance, según la cual la "separatidad", es decir, el sentimiento de "estar separado" es universal. Este problema es el mismo para el hombre primitivo que habita en las cavernas, el nómade que cuida de sus rebaños, el pastor egipcio, el mercader fenicio, el soldado romano, el monje medieval, el samurai japonés, el empleado y el obrero moderno, sostiene Fromm en un esfuerzo por encontrar un patrón común en todos los tiempos y culturas. El sentimiento de soledad y separación es ubicado, por el psicólogo, en el centro mismo de la naturaleza humana. La solución a esta soledad ha recibido varias respuestas a lo largo de la historia, utilizando varios medios que ayuden a alcanzarla tales como adorar animales, conquistas militares, lujuria, trabajo obsesivo, creación artística, amor a Dios, amor al Hombre.

Muchos rituales de tribus primitivas utilizaban las drogas como forma de escapar del estado de separación, o a través de la experiencia sexual, siendo el orgasmo un estado similar al provocado por un trance o los efectos de ciertas drogas. Las orgías sexuales, la participación en estos estados orgiásticos, al ser una práctica común e incluso exigida por los médicos brujos o sacerdotes, no produce angustia, sentimiento de culpa o vergüenza. En una cultura no orgiástica, como la nuestra, que condena este tipo de experiencias busca escapar de la separatidad a través del alcohol o las drogas, experimentando el individuo sentimientos de culpa y remordimiento, afirma Fromm.

Finalmente, en el recorrido de la tradición pesimista, llegamos a Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura en 1990, el escritor mexicano considerado, por Mabel Bellocchio, un pensador de izquierda o de derecha según con qué lente lo miremos. Octavio Paz se ocupó de retratar la identidad mexicana sin renunciar, no obstante, a una búsqueda universal acerca de la naturaleza humana. La afirmación "todos los hombres están solos" da cuenta de esta preocupación. De hecho, gran parte de su obra la escribe viviendo fuera de México. Luego de ir a España durante la guerra civil, regresa a México en 1937. Parte de nuevo a los Estados Unidos con una beca Guggenheim de 1943 a 1945. Poco tiempo después de su regreso, desempeña cargos diplomáticos en París de 1945 a 1951, y en Nueva Delhi, Tokio y Ginebra de 1952 a 1953, al servicio del ministerio de Relaciones Exteriores. Así pues, la primera publicación de El laberinto de la soledad se ubica temporalmente en el período en que vivió fuera de su país. La primera edición data de 1950 y la segunda edición, revisada y aumentada de 1959, tienen como diferencia más notoria el apartado final, La dialéctica de la soledad, que no aparecía en la primera edición. Allí afirma que el fondo último de la naturaleza humana es la soledad ya que el hombre es "búsqueda del otro", carencia y necesidad de comunión. No hay en este escrito referencias explícitas a Erich Fromm pero la teoría de la separatidad aparece aquí parafraseada con mayor vuelo poético ya que ubica el origen de este sentimiento ineludible de soledad en la expulsión del feto del seno materno. A partir de ese momento nuestra sensación de vivir se expresa como separación y ruptura, desamparo, caída en un ámbito hostil o extraño. De allí que encuentre que todos nuestros esfuerzos tienden a abolir la soledad

Entre nacer y morir transcurre nuestra vida. Expulsados del claustro materno, iniciamos un angustioso salto de veras mortal, que no termina sino hasta que caemos en la muerte. ¿Morir será volver allá, a la vida de antes de la vida?

Con ésta y otras angustiantes preguntas, Octavio Paz inicia este apéndice donde continúa la tarea imposible, encarada de modo decisivo ya por Freud: dilucidar la relación amor-muerte, al parecer, anverso y reverso de la misma moneda, es decir, de nuestra humana y carenciada existencia. El sentimiento de soledad, nostalgia de un cuerpo del que fuimos arrancados, es nostalgia de espacio. El paraíso y el laberinto se identifican con ese sitio y ambos con el lugar de origen, mítico o real, del grupo en las cosmovisiones religiosas.

En alusión directa a Simone de Beauvoir, Octavio Paz considera que para el hombre la mujer es un objeto, alternativamente precioso o nocivo, mas siempre diferente. La mujer es ídolo, diosa, madre, hechicera o musa pero jamás puede ser ella misma. De ahí que nuestras relaciones eróticas estén viciadas en su origen, manchadas en su raíz. Y a la mujer le ocurre lo mismo: no se siente ni se concibe sino como objeto, como "otro". Nunca es dueña de sí. Su ser se escinde entre lo que es realmente y la imagen que ella se hace de sí, una imagen que le ha sido dictada por familia, clase, escuela, amigas, religión y amante. Su feminidad jamás se expresa, porque se manifiesta a través de formas inventadas por el hombre. Llegado a este punto realiza una afirmación todavía más desconcertante por lo escéptica:

La elección amorosa es imposible en nuestra sociedad.

Según Octavio Paz, la concepción romántica del amor, que implica ruptura y catástrofe, es la única que conocemos porque todo en la sociedad impide que el amor sea libre elección. En una sociedad en que todos pudieran elegir, el divorcio sería un anacronismo o una singularidad, como la prostitución, la promiscuidad o el adulterio. La situación del amor en nuestro tiempo revela cómo la dialéctica de la soledad, en su más profunda manifestación, tiende a frustrarse por obra de la misma sociedad. Nuestra vida social niega casi siempre toda posibilidad de auténtica comunión erótica, sostiene Octavio Paz derivando ahora hacia una versión pesimista del amor.

Siguiendo la idea de Octavio Paz y en un tono científico, el psiquiatra Lucio Bellomo corrobora la teoría según la cual amar es "des-centrarse", salirse de sí mismo, y supone algo de locura y de alienación. Intuitiva y cognitivamente, el hombre entre amar y sentirse insatisfecho o decepcionado por el amor que no cumplió con el cometido de quitar su soledad, prefiere amar a quedarse solo. La soledad (desolada) improductiva, nos hace transitar en la mayor de las miserias, en el tedio, el egoísmo, el aburrimiento y la desesperanza. El sujeto cuando se enamora, cae (to fall in love) de bruces frente a una realidad interna ineludible e ineluctable. Sólo la interioridad del otro mitiga la soledad, pero esta interioridad es inasible, sabemos que está dentro del Otro, pero no podemos ser el Otro. El (ella), el otro(a), el Objeto, está allende a nosotros y si cada amante no claudica en el efecto de mitigar su soledad por la acción del otro, y no transita por su propia soledad, la armonía misma entre ambos se pone seriamente en peligro, colocándose los dos, al margen de la insoportabilidad. No es amor, es apego; la vida se vuelve efímera y vacía de contenido, dice Bellomo.
Soledad y vacío, son sinónimos, vienen del vocablo "orphanos" (orfandad), y por la etimología sabemos que la soledad se halla estrechamente relacionada con "la añoranza y con el dolor de ausencia". Jacques Lacan concibe también un concepto pesimista del amor. Cuando estudia el Banquete de Platón hace un correlato entre el Objeto del deseo, al cual llama "carencia del ser" (manque à-être) y termina finalmente rematando su pensamiento con una fórmula genial, cáustica, triste e irremediable, dice Bellomo: "el amor es dar lo que uno no tiene a alguien que no lo quiere" "L' amour est donner un chose qui ne l'ont pas a quelqu'un qui ne veut pas l'accepter"

Amor y muerte, dos corceles antagónicos que, como en el mito platónico, corren cada uno por su lado, atados al carro del alma, siempre en peligro de volcar, provocan una sensación de vacío, de desolación. El pesimismo es uno de los signos de nuestro tiempo. En sentido filosófico, expresa el sentimiento de desamparo frente a lo intrascendente e insignificante de la muerte. A la muerte de Dios corresponde la muerte de todas las vanas ilusiones de trascendencia en otro mundo. En algún sentido el pesimismo es un consuelo y una esperanza, es la aceptación descarnada de la finitud y libera al mundo de culpas y pecados para el gran juego de la creación. Podríamos poner a Heráclito, fuente de inspiración de los estoicos y de Nietzsche, como el primer pesimista de la historia del pensamiento occidental cuando dice en el fragmento 32:

Lo uno, la única sabiduría, no sufre y sufre al mismo tiempo por ser llamado con el nombre de Zeus

Podría escribirse toda la historia de la filosofía occidental como un comentario a este párrafo 32, afirma Eugen Fink, ya que aquí aparece la orientación teológica de la metafísica. Lo innombrable, lo impensable, lo inconcebible, es nombrado como Dios de allí que la metafísica haya incurrido en el error de confundir lo real con la palabra que lo nombra al ocultar el juego del mundo bajo la concepción de un Dios. La filosofía, luego, olvidó que el nombre de Dios era un recurso humano para nombrar lo incomprensible de la totalidad cuando, en última instancia, no es más que una máscara que olvida su condición de máscara y se cree rostro.

Fuentes consultadas
Thomas Mann, Schopenhauer, Nietzsche, Freud, traducción de Andrés Sánchez Pacual, Barcelona, Bruguera, 1984
Mabel Bellocchio, Octavio Paz, el intelectual en El Cronista Cultural, viernes 12 de agosto de 1994.
http://platea.pntic.mec.es/~macruz/Psico/SCHOPENY.htm
SCHOPENHAUER Y FREUD Christopher Young & Andrew Brook International Journal of Psychoanalysis, 75, pp. 101-18.
http://personales.ya.com/mpal/
http://sincronia.cucsh.udg.mx/laberintoj.htm
Lucio E. Bellomo, La erotomanía. La expresión clínica del delirio de "ser-amado" Alcmeon, Revista Argentina de Clínica Neuropsiquiátrica, Año XV, vol 12, N°1, Marzo de 2005


Ediciones de El laberinto de la soledad
Octavio Paz, El laberinto de la soledad, Cuadernos Americanos, México, 1950
Octavio Paz, El laberinto de la soledad, (2a. ed. revisada y aumentada, 1959), FCE, México, 1992

Comentarios y Consultas

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1 comentarios:

  1. Hola. Me parece un escrito interesante. Me gustaría, si nos lo permite, reproducirlo en nuestra página: "De Autores" (citándo el autor y la fuente, naturalmente.

    Muchos saludos desde Santo Domingo, República Dominicana.

    http://vetasdigital.blogspot.com

    Pedro Samuel

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